Trabajo que tiene por objetivo reflexionar sobre la problemática de la Argentina a partir de los síntomas de vitalidad de un pueblo que a menudo los expresa de un modo contradictorio, más por vía de negación que de afirmación, con rechazos en lugar de adhesiones. Trata los siguientes temas: la violencia, la solidaridad, la intolerancia; la indiferencia y la pasión; la desmoralización del argentino; la falta de ejemplos; la ausencia de los mejores; las supersticiones de la democracia; el fetiche político y el realismo mágico; la hipocresía pos-antigua; la democracia pusilánime, más allá de la máscara y el antifaz. Advierte que la Argentina enfrenta una encrucijada aún más grave que la de ser pobre, infradesarrollada o resentida: enfrenta el drama de no ser verdaderamente una sociedad. Expresa que los argentinos sienten que existe una incompatibilidad insalvable entre la realización personal y la realización colectiva. Postula que el origen del desasosiego argentino radica en el problema de la vocación incumplida. Expresa que la nación no puede darse el lujo de aferrarse a la estructura hueca del Estado, porque se estaría aferrando a un fantasma. El Estado argentino se encuentra libanizado por intereses contrapuestos y parasitarios, que han destruído su propia esencia y debilitado seriamente la capacidad de una visión estratégica nacional. Ese Estado libanizado hace ue la sociedad enfrente un severo fenómeno de "desestatización". Concluye en que el "héroe" político que necesita la sociedad argentina debe hablar con hechos y no con discursos, debe vivir con austeridad y no transformarse en un personaje más del "jet set" criollo, debe ser honesto en todo su comportamiento y negarse heroicamente a la corrupción en todas sus formas. Debe servir al pueblo y a la democracia y no servirse del populismo y la demagogia. Frente a la ausencia de ejemplos, el descreimiento sano significa desconfiar de un sistema de mentiras que ya no sirve, sacarle la careta a la hipocresía, combatir con la indiferencia los ataques del "verso". Pero a partir de esa defensa natural, debe comenzar la construcción de una nueva etapa. Porque el descreimiento de ayer tiene que ser la fuerza de hoy y mañana. Sólo así, el escepticismo germina y da buen fruto. Concluye expresando que la Argentina ausente no puede ser un desierto de conductas, un páramo abandonado de ideales, una meseta despoblada de esperanzas; una causa difunta. La historia y los pueblos aborrecen el vacío.

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