En el corazón de los países democráticos, con los pueblos mejor alimentados de la historia, tiene su hogar un pensamiento paradójico: sus habitantes estarían sufriendo los rigores de una terrible opresión. Esta opresión tiene muchas versiones, pero la doctrina subyacente es siempre la misma: el mundo moderno-sostiene la ideología- es una estructura oculta de dominación, y la cuestión fundamental es luchar para liberarse de ella.
A partir de este simple núcleo nace La teoría pura de la ideología, de Kenneth Minogue. En realidad, su formulación básica puede ser elaborada para adecuarse a cualquier conjunto abstracto de gente considerado como una "minoría". Así, caben en su esquema la situación de los trabajadores, las mujeres, los homosexuales o cualquiera de los variados grupos raciales del mundo contemporáneo desarrollado. Pero el planteo de Minogue se remonta al siglo XVIII, con el propósito de presentar a la ideología como una forma distinta, heterodoxa del pensamiento occidental, que cristaliza en muchos intelectuales del siglo XIX, siendo el joven Marx el más talentoso progenitor de la teoría.
Al examinar la doctrina central de la ideología y sus variadas aplicaciones, Minogue demuestra que su lógica interior reclama se la considere superior a todas las otras formas de comprensión del mundo, un reclamo que inevitablemente no puede sustentar. Concluye así que el ideal que anima a la ideología -el de una comunidad espontáneamente perfecta- no es menos destructor de las sociedades democráticas modernas por el hecho de ser conceptualmente incoherente. Frente a la violencia implícita en la idea de transformar el mundo, Minogue rescata la difícil tarea del filósofo de la tradición occidental: la voluntad de interpretarlo.